Tempus fugit y Carpe diem
Tempus fugit, es una
expresión latina y un tópico literario cuya traducción es “El tiempo vuela”. alude
a la fugacidad del tiempo, a la noción de que el tiempo transcurre rápidamente,
de que se escapa, vuela. Idea que resulta inquietante, sugerente, y
provocadora, pues nos confronta con la idea de la muerte. La continua progresión
de los días y las noches, la percepción de la vida y de su finitud,
probablemente despertó la conciencia en los humanos de la efimeridad de la
existencia. Por otro lado, la necesidad de predecir eventos naturales para
poder planificar las plantaciones y cosechas, aunado al deseo de comprender y
descubrir, seguramente impulsó a los humanos a encontrar la forma de medir,
gobernar, y mantener presente el paso del tiempo. Se piensa, que la medida del
tiempo pudo haber acaecido en el período Neolítico, hace aproximadamente diez
mil años en Oriente Medio, cuando la economía de las sociedades humanas
evolucionó desde la recolección, la caza y la pesca a la agricultura y la
ganadería. Actividades que necesitaban planificarse mediante la medida del
tiempo. La noción del transcurrir del tiempo se configuró necesariamente de
la observación de fenómenos cíclicos en la naturaleza. Fue después que se cayó
en cuenta de que por medio de la contemplación de las sombras se podían
anunciar de antemano los fenómenos naturales.
Así, la expresión Tempus fugit : El tiempo vuela, hace una referencia explícita al transcurrir del tiempo. La primera vez que apareció este tópico fue por el escritor Virgilio (70 a. C. - 19 a. C.) quien lo utilizó en su poema Geórgicas, III, 284, donde escribió: “Sed fugit interea fugit irreparabile tempus”, que quiere decir: “Pero huye entre tanto, huye irreparablemente el tiempo”. Aunque también la frase se ha ampliado haciendo referencia al Libro de Job del Antiguo Testamento: “como las nubes” (Job, 7,9), “como las naves” (Job, 9,26), “como las sombras” (Job, 14,2); la frase compuesta se encuentra así: “Tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra” : “El tiempo vuela, como las nubes, como las naves, como las sombras”.
También se aprecia en otros relojes en vinculación con “carpe diem” : “aprovecha el momento”. Está entre las frases más famosas de Horacio y de la literatura universal, extraída de sus Odas (Odas, I,11,8): “tempus fugit, carpe diem”,“el tiempo se escapa, aprovecha la ocasión”. En este contexto, a diferencia de las clepsidras cuyo sentido tenía que ver más con el fluir constante del tiempo, los relojes solares se refieren más a la idea de “duración” como experiencia subjetiva frente al tiempo medido, del cual su transcurrir se supone inexorablemente preciso. El filósofo francés Henri Bergson firmó: “el espíritu es una cosa que dura”. Creo que, a grandes rasgos, en la Edad Media no existía una noción de tiempo como la que tuvo lugar en el Renacimiento que supuso un cambio radical en la forma de percibir el tiempo, apareciendo por vez primera, junto con la conciencia del ser autónomo que elige libremente su destino y acepta las consecuencias de sus actos, el tiempo individual, “mi tiempo”, el que me queda por vivir, concebido como un bien que no se puede desperdiciar. ¿Es acaso el balance entre continuidad y metamorfosis, lo que detona la conciencia de encarnar y construir un ser que dé sentido al constante flujo de reciprocidad con la cultura avasalladoramente superflua de nuestro contexto histórico?
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