VI
A mis ojos se ha ofrecido un espectáculo doloroso, pavoroso: yo
descorrí el velo que ocultaba la perversión del hombre. En mi boca,
semejante palabra está por lo menos libre de una sospecha, de la
sospecha de contener una acusación moral contra el hombre. Ha sido
pensada por mi – querría destacar esto una vez más –, libre de
moralina; y esto hasta el punto de que tal perversión es considerada por
mi precisamente allí donde hasta ahora se aspiraba más
conscientemente a la virtud, a la divinidad. Yo (y esto se adivina)
entiendo la perversión en el sentido de decadencia; sostengo que todos
los valores en que hoy la humanidad sintetiza sus más altos deseos son
valores de decadencia.
Considero pervertido a un animal, a una especie, a un individuo,
cuando pierde sus instintos, cuando escoge y prefiere lo nocivo. Una
historia de los sentimiento superiores, de los ideales de la humanidad –
y es posible que yo la escriba –, sería tal vez la explicación de por qué el
hombre se ha pervertido de este modo. Para mi, la misma vida es
instinto de crecimiento, de duración, de acumulación de fuerzas, de
poder; donde falta la voluntad de poderío, hay decadencia. Sostengo
que a todos los supremos valores de la humanidad les falta esta
voluntad; que los valores de decadencia, los valores nihilistas, dominan
bajo los nombres más sagrados.
VII
–La compasión está en contradicción con las emociones tónicas que
elevan la energía del sentimiento vital, produce un efecto depresivo.
Con la compasión crece y se multiplica la pérdida de fuerzas que en sí el
sufrimiento aporta ya a la vida. Hasta el sufrimiento se hace contagioso
por la compasión: en ciertas circunstancias, con la compasión se puede
llegar a una pérdida complexiva de vida y de energía vital, que está en
una relación absurda con la importancia de la causa (el caso de la
muerte del Nazareno). Éste es el primer punto de vista; pero hay otro
más importante. Suponiendo que se considera la compasión por el valor
de las reacciones que suele provocar, su carácter peligroso para la vida
aparece a una luz bastante más clara. La compasión dificulta en gran
medida la ley de la evolución, que es la ley de la selección. Conserva loque está pronto a perecer; combate a favor de los desheredados y de
los condenados de la vida, y manteniendo en vida una cantidad de
fracasados de todo linaje, da a la vida misma una aspecto hosco y
enigmático. Se osó llamar virtud a la compasión (mientras que en toda
moral noble es considerada como debilidad); se ha ido más allá; se ha
hecho de ella la virtud, el terreno y el origen de todas las virtudes; pero
esto fue ciertamente hecho (cosa que se debe tener siempre en cuenta)
desde el punto de vista de una filosofía que era nihilista, que llevaba
escrita en su escudo la negación de la vida. Schopenhauer estaba con
ella en su derecho; con la compasión, la vida es negada y se hace más
digna de ser negada; la compasión es la práctica del nihilismo.
Digámoslo otra vez: este instinto depresivo y contagioso dificulta
aquellos instintos que tienden a la conservación y al aumento de valor
de la vida: tanto en calidad de multiplicador de la miseria, cuanto en
calidad de conservador de todos los miserables es un instrumento
capital para el incremento de la decadencia; la compasión nos encariña
con la nada... No se dice la nada; en lugar de la nada se dice el más
allá, o Dios, o la verdadera vida, o el Nirvana, la redención, la beatitud...
Esta inocente retórica, que proviene del reinado de la idiosincrasia
moral-religiosa, aparece de pronto bastante menos inocente si se
comprende qué tendencia se encubre aquí bajo el manto de frases
sublimes: la tendencia hostil a la vida. Schopenhauer era hostil a la
vida: por esto hizo de la compasión una virtud... Aristóteles vio en la
compasión, como es sabido, un estado de ánimo morboso y peligroso,
que fuera bueno tratar de cuando en cuando con un purgante; consideró
la tragedia como una catarsis. En realidad, partiendo del instinto de la
vida, se debería crear un medio para asestar un golpe a una
acumulación morbosa y peligrosa de compasión, como era representada
por el caso de Schopenhauer (y también por toda nuestra decadencia
literaria y artística de San Petersburgo a París, de Tolstoy a Wagner):
para hacerla estallar... Nada más malsano en nuestra malsana
modernidad que le compasión cristiana. Ser aquí médico, ser aquí
implacable. poner aquí el cuchillo, esto nos compete a nosotros, esto es
nuestro modo de amar a los hombres; de este modo somos filósofos
nosotros los hiperbóreos.